Estoy en el vientre pálido del otoño
a mitad del sueño
que envejece la
imaginación,
sentado en la deshabitada paciencia
que me margina
a las incomodas espinas de las rosas
entre las palabras
que ya no digo,
y lo que se deshace en curiosidad.
Como la muerte de los azahares
o el olivo trepando
en las llagas de nadie
mientras el sudor se pierde intacto
en la incomprensión de los inocentes.
En esos corazones letíficos
se va el silencio con prisa como el otoño
quedando sólo la sombra de su esplendor.
Y vendrán más otoños doblando
las composturas del anterior,
pero seguirán siendo visibles
los gritos que no molestan a nadie
porque somos
elegantemente sordos
aunque la boca tenga motivos para la verdad.
José Manuel Acosta.