jueves, 5 de marzo de 2015

Cuando el dolor es ajeno
estamos en penitencia
si las lágrimas son almas invisibles
y las intenciones un grito malvado
que se traga lentamente
nuestras condiciones de mortales advenedizos.
Las huellas que se quedan
impresas en el corazón
no son interrogantes para los mortales.
No debería ser el dolor de otros
distancias entre los hombres,
sino la posibilidad de que existamos
por algo más de lo que ya sabíamos.
La piedra angular de la existencia
es saber empatizar
con quien agoniza sin consuelo
y busca un abrazo para poder coser
las heridas abiertas.
Quizás tengamos que rezar
por nosotros mismos
y no por los demás.


José Manuel Acosta.

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