martes, 2 de diciembre de 2014

UN PASEO POR LA CALLE

Estaba sentado, alejado del bullicio sobre una caja sumida en vergüenza ajena,
detenida la vida entre naranjas dormidas y escaparates en ofertas .Con la cabeza baja y apretando los dientes, cuatro muertes esperan la decencia de las calles
mientras un cartel de anónimos sufre su condena inocente y si te descuidas, hasta el cielo llora su pena para no ver la moral fría con la bufanda puesta.
Con la misma gratitud que la tierra espera la lluvia, me acerqué sin tener en cuenta la discusión que mantenía mi corazón con la mente (uno siente sin avisar y la otra juzga para no arrepentirse) y no me voy a encomendar a Dios porque la fe tiene demasiada paciencia impuesta y no sólo de oraciones vive el hombre.
Me llamó la atención un libro que sostenía la cojera del tiempo en el olvido: el ideal Andaluz, de Blas Infante. Le pregunté si tenía hambre.
-yo sé lo que es la soledad del hambre, me contestó, y sin apenas darme cuenta, empezamos a conversar como si nos conociéramos de toda la vida.
¿le importaría comprar algo para mis hijos?
Sus palabras se clavaron en la comodidad que tiene el dinero cuando te conviertes en arrogante sin la necesidad que te proporcionan los extraños, pero dentro de mí se desgarró la imagen de mis hijos manoseando las hipócritas monedas del llanto piadoso de los miserables…
Me despedí estrechándole la mano sin atreverme a mirar sus ojos, como hacen los falsos amigos y viendo de reojo la portada de aquel libro que no alivia las esperanzas del pueblo
porque tengo la sensación que mi Andalucía, sigue derrotada en su historia
y no hemos avanzado nada.
Seguí mi camino como un parásito al que no le afecta el disimulo, con el olor a castañas,
los dos por uno de las rebajas y la vida desahuciando nuestra existencia.


José Manuel Acosta.

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