lunes, 15 de junio de 2015

Uno no se da cuenta la cantidad de cosas
que se puede aprender observando a otras personas.No para parecerte a ellos,
sino para encontrar nuestras faltas y darnos
cuenta que no somos tan diferentes.
Hubo una época que, mientras yo le escribía
poemas a la chica que me gustaba, otros,
guardaban los demonios que les imponía una
sociedad hipócrita, en la que era más importante
saber con quién te acostabas que preguntarle
si era feliz.
Mientras desayuno, sentado en la terraza del bar de siempre, donde las prisas olvida los buenos
días; una pareja de chicos jóvenes buscaban
sus miradas cómplices para abrigar el frío
que empezaba a despertar la media voz
de las confesiones.
Es inevitable el beso cuando el amor invade
cada rincón de nuestro cuerpo y, mientras
pensaba en lo bonito que es el amor,
una estela de murmullos invadió inoportuno
la paz de mis pensamientos que me trasladaba
a mis años tontos.
Pero aquellos chicos (ajenos al rosario de los
hipócritas, que no solo cargan sus cruces
en Semana Santa,esperando que un milagro
les perdone en un día todo lo que pueden llevar
las promesas incumplidas)
seguían mirándose porque hace tiempo
que superaron el odio y la felicidad,
no tiene sexo definido,
como el alma, esa que no se ve
para ocultar la intolerancia
que los homosexuales hace tiempo superaron.
Qué bonito es el amor
cuando amanece esperando a ser juzgado
y nadie regala felicidad sino es a cambio de algo.


José Manuel Acosta.

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