sábado, 1 de agosto de 2015

EL HOMBRE DE LAS GOMINOLAS


Me dio la bienvenida como quien pasea la mirada por los inviernos, era uno de esos filósofos de calle que hacen reír a los más inteligentes aunque no saben estos, que la inteligencia como la memoria, se pierden de no usarlas.
Algunos lo han visto por Sevilla paseando el tiempo entre gominolas, algo desgarbado, con su bigote rubio por la nicotina y aliento a tinto de tetra brik.
Sus ojos ya eran una esfera de sangre, de esas metidas en sueños mientras los sabios dan consejos con algunos céntimos sueltos que sobran del cepillo de misa.
Él me decía tal vez por agradar; eres de las mejores personas que he conocido.
Y con ironía le respondía, eres de las personas que nunca me hubiese gustado conocer.
Con sus labios de zafiro y su mente macerada entre barricas de roble contestaba; Qué cabrón eres.
Yo era de los que salía de trabajar y me iba directamente a casa, me gané a pulso de conciencia la fama del menos diez ( sales de trabajar a las dos y a las dos menos diez estás en tu casa)
Aquel día le quité el nombre a la hora, le puse inocencia a la tarde y acepté una cerveza de un desconocido hasta ahora borrachuelo.
Aunque dicen que los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad,nunca creí su historia hasta que años después le vi discutir con un señor bien trajeado.
No le tenga Ud en cuenta nada,no es mala persona; le dije poco convencido a don trajeado.
Si, no es mala persona, Ud no sabe lo que su madre y yo hemos pasado con él.
Me contó, sin saber bien por qué, la misma historia que años atrás no creía.
Dejé de ver a Antonio hace años, era su nombre, el que paseaba su carrito de gominolas entre la Campana y la calle Imagen y entre los soportales,bebia un vino agriado por el tiempo, por la vida que se va sin darnos cuenta y todos tenemos la presunción de inocencia juzgada.
Quién me iba a decir, que el hombre de las gominolas,era hijo de un reputado abogado y fue un ingeniero aeronáutico que decidió volar injustamente por el cielo de los que juzgamos con premura.
Espero que Antonio esté vendiendo muchas nubes de algodón y su camino sea el que toman los olvidados en paz.
Hasta siempre.
 

José Manuel Acosta.

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