sábado, 1 de agosto de 2015

LA HE VISTO CALLADA, A LA ESPERANZA


Tenía tantos años como las gracias sin memoria, esos años donde el corazón pone distancia para perder sus heridas y se mece el tiempo sin ningún milagro.
Se miraba en el espejo esperando que una canción de cuna
disimulara sus canas sin que los relojes
hablaran más de un minuto.
Es el tiempo que hay detrás de las sonrisas
cuando no hay juramentos eternos, 

cuando la vida es un reproductor de suspiros 
y lo inservible entra sin llamar.
Ella era como el color de los puestos de frutas,
la leche que huye del fuego, las palabras que se escriben en rojo.
Buscaba en los suspensos algo de importancia
que se atreviese a ver su peinado, pero su espejo
se quedó sin gestos enfriando los mañanas
que no van a ninguna parte.
Nadie le aconseja el cuidado que hay que poner al cruzar por la vida 

para no caer en las aburridas páginas de los obituarios.
Sigue siendo jovén cada vez que se peina,
el espejo es ajeno a los presentes para que
el Alzhéimer en el corazón de alguien,
siga buscando los recuerdos y la sonrisa
una esperanza dentro de las lágrimas.


José Manuel Acosta.

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