Os dejo toda mi vida, la que supo otorgar perdones y también
se los concedieron,
porque ése es mi carácter, mi forma de ser, luchando por las
desigualdades porque no quiero ser la resignación de la muerte ocultando mi ateísmo
que no espera ni perdones ni clemencias,
es mi dogma, mi filosofía es vivir en el drama de la
existencia humana.
Soy claramente ontológico, un agnóstico de la existencia de
Dios, de aquellos que dicen que Dios perfecciona al hombre, cuando aún no he
conocido a nadie perfecto, mucho menos en los creyentes y eso no quita, que
haya conocido a unas monjas con una calidad humana envidiable
sin que por ello ninguno nos hayamos dejado de respetar (siempre
me acordaré de ti, Sor Francisca)
El respeto debe ser un imperativo, casi una religión, vivir
sin mortificarse por la culpa, por los sentimientos que nacen libres, nadie
necesita decir cómo es cuando sus actos ya lo dirán, eso será, tu propia
existencia.
Yo quiero un mundo distinto del que ve Dios justificando la
muerte de los más inocentes
porque dice que es su palabra cuando nunca le he escuchado
hablar.
Me dirán que no es la forma correcta, lo dirán aquellos que
ven correcto eximir su culpa rezando y nada se reprochan porque todo, es perdonado en nombre de Dios y cuando salen
de rezar, siguen mirando con indiferencia al necesitado, no les juzgo por
ello.
Nadie sabe cuántos castigos he recibido, cuando hasta la espalda me dolía de soportar tanto peso, tan sólo los que han sufrido lo mismo
que yo.
A nadie intento convencer de mis creencias, de mi forma de
vida, de mi forma de vivir
pero ten por seguro, que sólo nosotros existimos, sólo
nosotros creamos el mundo
y todo depende de nosotros, de nuestras conciencias.
Siempre me hago la misma pregunta
¿cuánto tiempo debo esperar a Dios para que algo cambie sin
que yo tenga que hacer nada?
Alguien me dijo en su lecho de muerte:
“Me he quedado esperando a que Dios me diera algunas
respuestas,
a ver si ahora puedo verlo para hacerle algunas preguntas”
José Manuel Acosta.