domingo, 15 de junio de 2014

LOS SENTIMIENTOS INERTES (reflexiones existencialistas) CAPÍTULO 2



Acabaré por poner las heridas en un retrato polvoriento acariciado por el gesto de la muerte
porque a medida que el acento de la palabra se vaya perdiendo, yo iré con ella poco a poco muriendo en ésa ánfora maltrecha, donde nadie canta a los cipreses excepto el viento confundiendo el prestigio que lleva el silencio.
Tengo ese alma femenina, indispensable para concederle tregua a mi existencia, porque prefiero la parte del corazón donde el hombre no muestra su armadura invencible, creyéndose una retorica literaria que todo lo puede, eterno y absoluto.
No me identifico con ningún tipo de virtud que no haya dejado huella, porque para estar en  un socorro hay que aprender del angustiado, no inventarás un mundo nuevo, pero habrás amputado la culpa de la inutilidad.
La propia existencia se ha basado en el dogma de la fe, como si con ello ya estuviéramos salvado porque una confesión de los golpes de pecho nos ha eximido de toda culpa, y no,
no es ésa mi existencia, no es mi doctrina rezar  de rodillas cuando hay gente que lo hace para pedir y no para dar, no es esa la verdad de compartir el sufrimiento con un rosario en la mano
que sólo suda las falsas apariencias.
No me gusta este mundo surrealista que tiene como ley el mundo de los despojados, no me gusta el vacío de ver el mundo en  los cuentos morales de los hipócritas, que enjuagan sus  alfileres  en proyectos de falsa honestidad.
Estoy harto de escuchar que el hombre se viste por lo pies cuando algunos los deberían de tener amputados, así que, prefiero vestirme en el sentimiento, sentimiento, ese rayo que atraviesa tu alma para permanecer eterno en la nobleza del corazón, sentimiento, para absorber la sangre de los vía crucis de las lágrimas, sentimientos, donde gritan los nombres sin ser escuchados, sentimientos, cuántos sentimientos se evaporan con la vida.

José Manuel Acosta.

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