Acabaré por poner las heridas en un retrato polvoriento
acariciado por el gesto de la muerte
porque a medida que el acento de la palabra se vaya
perdiendo, yo iré con ella poco a poco muriendo en ésa ánfora maltrecha, donde
nadie canta a los cipreses excepto el viento confundiendo el prestigio que
lleva el silencio.
Tengo ese alma femenina, indispensable para concederle
tregua a mi existencia, porque prefiero la parte del corazón donde el hombre no
muestra su armadura invencible, creyéndose una retorica literaria que todo lo
puede, eterno y absoluto.
No me identifico con ningún tipo de virtud que no haya
dejado huella, porque para estar en un
socorro hay que aprender del angustiado, no inventarás un mundo nuevo, pero
habrás amputado la culpa de la inutilidad.
La propia existencia se ha basado en el dogma de la fe, como
si con ello ya estuviéramos salvado porque una confesión de los golpes de pecho
nos ha eximido de toda culpa, y no,
no es ésa mi existencia, no es mi doctrina rezar de rodillas cuando hay gente que lo hace para
pedir y no para dar, no es esa la verdad de compartir el sufrimiento con un
rosario en la mano
que sólo suda las falsas apariencias.
No me gusta este mundo surrealista que tiene como ley el
mundo de los despojados, no me gusta el vacío de ver el mundo en los cuentos morales de los hipócritas, que
enjuagan sus alfileres en proyectos de falsa honestidad.
Estoy harto de escuchar que el hombre se viste por lo pies
cuando algunos los deberían de tener amputados, así que, prefiero vestirme en
el sentimiento, sentimiento, ese rayo que atraviesa tu alma para permanecer
eterno en la nobleza del corazón, sentimiento, para absorber la sangre de los
vía crucis de las lágrimas, sentimientos, donde gritan los nombres sin ser
escuchados, sentimientos, cuántos sentimientos se evaporan con la vida.
José Manuel Acosta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario