Estas son las soledades visibles en las vertientes de mi
alma.
Soy un epistemólogo cotidiano, a veces una palabra brillante
puede convertirse en absurda
y cuando soy consciente de mi error, vuelvo a la
epistemológica razón para no convertirme en gusano que se arrastra malherido
por el fango.
Susurro con mis palabras cuando se sacuden violentamente
sobre mis hombros tan inútiles como los falsos arrepentimientos enterrando todas las promesas que no voy a
cumplir. Sé que no a todos podemos caerles bien, es como los libros, leemos el
que nos guste, pero corremos el riesgo que el título no hace honor a su
interior. Tampoco me preocupa el ángulo correcto de cómo me ven, no es mi
guerra hacer sentir bien a todos, corro el riesgo de ser lo que cada uno
pretenda que yo sea. Algunos hasta me odian por ser una prolongación del amor,
y ninguno me odiará cuando sea el finado presente de la tierra, yo no odiaré a
ninguno de ellos, mis penas no las cuelgo en el balcón de los caprichos donde
no suenan los ecos de las palabras bien dichas, la sinceridad no es agradable por
mucho que sigamos afirmando todos que nos gusta.
Me asusta tanta envidia insalubre, para qué voy a envidiar
la vida del vecino si probablemente él estará envidiando la mía, pero somos
como una yedra trepando sin un destino fijo queremos abarcarlo todo y no
llegamos a nada, por eso, yo busco con frecuencia mi soledad, porque aún no he encontrado
otra manera de ver mis errores diarios.
La soledad es una tristeza que está escrita en la boca pero
también una sonrisa dialogando con tus ojos, siempre hay una palabra que no me
cuesta decir cuando me equivoco, perdón.
El perdón no se lleva los años si estoy equivocado, primero
he sido corazón luego el alma escrita en poesía, para ser un simple germen
contaminando toda dicha de vida porque si agoniza mi tinta, quedará mi sangre
en cada uno de mis versos.
Antes que la muerte me persiga con sus besos, yo habré
tenido cada uno de ellos con mayor o menor fortuna porque a cada uno de ellos
les he puesto nombre aunque les haya dejado la verdad de mi lengua infame.
Cuando has abierto tu corazón de par en par, no importa cuántas
personas se vayan de él, porque habrán estado dentro sembrando vida y se
fueron por olvidarnos de regarlas.
José Manuel Acosta.
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