viernes, 22 de agosto de 2014

REFLEXIONES EXISTENCIALISTAS DE UN ATEO EN DUDA PERMANENTE

Ella te apunta con el dedo perfecto que la cubre, tan pequeña como una distracción
y desde el interior sensible, traicionará con éxito las heridas escritas con palabras silenciosas.
Con el labio pálido de la indiferencia entra a curiosear con cariño, pero a medida que sabe tu historia, se acomoda con la paciencia que no lleva prisa vistiéndote de harapos descoloridos por el tiempo, hasta inclinarse cuidadosamente por todas las vertientes del alma.
Seguramente, mañana seguirá en este manuscrito de confidencias hablándole a los sentimientos, despreciando absurdamente, cada una de las lágrimas que colgamos en el tendedero de la esperanza donde no brilla el sol, donde los sacrificios son una incipiente ceremonia de muerte bebiéndose todas las intenciones porque la tristeza, no tiene voluntad de dejarte libre.
La vida estará constantemente poniéndonos a prueba utilizando el lenguaje más universal que existe, el amor, el amor libera todas las condenas que pueden destruirte disipando las dudas de los por qué, de inducirte a ése lado de la vida donde no hay derrotas, donde las historias terminan cicatrizando el dolor y más allá de todos los motivos ocultos, te subes a los más alto del miedo y gritas a modo de protesta que estás vivo.
El amor es una mirada que seduce, una lágrima de humildad y comprensión, una absoluta distinción de honores que sin motivos aparentes agradece los sacrificios del corazón.
El amor es mucho más que estar enamorado o que un beso en la boca te llene de deseos, es observar la memoria de tu interior, para que no pierdas los recuerdos en el olvido que sucede a veces perdiendo la razón.
El amor es un abuelo sin arrugas llenando la vida de nietos, el nacimiento de un hijo que a medida que se hace ser tú dejas de estar y sencillamente te marchas con amor.
El amor es un jeroglífico que todos los corazones saben descifrar, el amor eres tú y yo pasando por el tiempo, no lo malgastes, porque mañana cualquier enfermedad puede cerrar la puerta para siempre y nunca más llamará a ella.

José Manuel Acosta.

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