Vete yendo,
sin levantar polvareda en el camino,
sin que suene el trueno
de la crítica
en el corazón lastimado.
Vete yendo,
como el silencio de un convento
roto por el tañer
de las campanas,
con los ojos bordando
oraciones de agua santa
pero vete yendo
sin hacer ruido.
Vete yendo,
como los cipreses
cuando miran la muerte
que nos regaló la vida
porque sabe de su triunfo,
pero vete yendo
sin hacer ruido.
Vete yendo,
como el suspiro cortado de los árboles
cuando llora el papel
donde escribo estos versos
que se están yendo.
José Manuel Acosta.
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